jueves, 28 de enero de 2010


La tome fuertemente con mis manos, retrocedí dos que tres pasos y comencé a preparar el ritual que siempre se debe de ejecutar a la hora de encapsular el fulgor y la tonalidad de los dioses. Me incline de manera que mis rodillas casi llegaran al piso, estando en ese punto, sentía como la fuerza brotaba desde su interior y se transmitía lentamente hasta llegar a mis pupilas.

La bóveda celeste estaba en llamas, gritaba de coraje y pasión al ver como los demonios sobrevolaban los cielos tratando de llegar hasta su corazón. Yo paciente me refugiaba hincado sobre la tierra, tratando que no me presirvieran, sino aquel rito que había efectuado no serviría de nada, y aquellos seres acabarían con mi vida. Lentamente la ardiente bola de fuego fenecía ante aquellos jóvenes de negro, esos minuciosos diablos.

Mientras moría lentamente todo alrededor se pigmentaba de su escénica, pero con ello, ella y yo comenzábamos a trabajar capturando cada fragmento y cada instante, sin perder de vista a los demonios, quienes volaban y sus aullidos de gloria retumbaban por todo el lugar. Tras pasar los minutos todo se fue tranquilizando y la musa de la noche reinaba en las alturas, todos aquellos mancebos que no pudimos capturar poco a poco desaparecían huyendo de su brillar. Ella me reflejaba tras su cristal la gran labor realizada: el éxito era inminente.

Me levante del lugar en el que me encontraba, la acaricie delicadamente con mis manos y le agradecí por otra batalla ganada ante lo omnipotente. Un pequeño sendero iluminado por la reina nocturna era nuestra salida de ese sitio. Comenzó a dormir sobre mis brazos y todo culmino con gran magnificencia.

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