sábado, 6 de marzo de 2010

Reminiscencias.

¿Y qué quedó? Nada, absolutamente nada. Ni una sonrisa, ni una mirada, ni un suspiro, mucho menos una bella canción o una sublime pintura. Todo se lo llevó y con nada me he quedado. Fue como un huracán que arrasó con todo; su ojo me sedujo y terminó por llevarse lo que alguna vez fui. Ahora mismo el ayer me resulta tan lastimoso que cuando miro sus fotos termino por deprimirme. Es masoquismo, lo sé, pero intentar salir de este círculo vicioso me ha resultado tan difícil, tan confuso.

Sigo esperando el día en que me levante, me mire al espejo y diga –ya no hay nada, eres de nuevo el que fuiste antes de que llegara tu perdición, tu más grande dolor-. ¿A quién quiero engañar? sigo pensando en ella. Alguna cosa cotidiana, en el momento menos esperado, me remite a su fantasma. Esos fantasmas que nunca me han abandonado. Una silueta, una canción un “lo que sea” que provoca una reacción en cadena que destraba el cajón de los recuerdos.

Lo poco rescatable es que la herida sanó, con la infaltable cicatriz, pero me ha quedado claro que esa jamás se borra. Mi tristeza ya no es una constante que afecte la mayoría de mis días, solo me pongo melancólico cuando transcurren los días significativos a ciertos hechos.

Desearía olvidar. Quisiera que mi memoria a largo plazo fuera igual de ineficiente que la de corto plazo. Pido imposibles. Solamente quiero vivir sin que mi pasado se presente sin siquiera saludar y avisar que viene a molestar una vez más. Si la amnesia estuviera a mi alcance, en forma de brebaje, la tomaría sin mayor reparo.

Cuando sepa de algún remedio a esta situación, lo aplique y funcione, creo que se habrá perdido una parte de mí, un pedazo de realidad un tanto delirante… y quizás ya pueda dormir en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario