sábado, 27 de febrero de 2010

LUZ VERDE

Su padre era tan indefenso cuando él le levantó la mano.
La niña gritó "¡Tengo miedo!", mientras buscaba el regazo de su madre, su escondite perfecto.
Él estaba furioso, la ira lo cegaba pues no se daba cuenta del error cometido. No era consciente de aquélla gesta errónea de la cual habría de arrepentirse.
Y es que su padre era tan grande, tan fuerte, que ahora ahí, de frente a él, daba la impresión de ser tan indefenso. Su nobleza estaba a flor de piel y su amor quedó inmóvil. Torpemente alzó las manos, su puño frágil fue directo al rostro, pero conteniéndose, optó por sacudirle los oidos. !Qué golpe tan tierno!
Era un golpe perfecto pero inesperado, era un golpe que hace tiempo quería efectuarse. Se trataba de un golpe que no había sido planeado y que sin más, de repente, después de 27 años, logró salir. Sus manos rozaron, entonces, la piel de su propia piel. La reacción del otro era la ira personificada, la ofensa emanó de su boca e impactó en el más profundo sentir de los partícipes.
Alguien de los ahi presentes enloqueció de coraje y dolor, una mezcla pesada para el alma confusa. Ella sabía que estaba peleando contra quien no quería pelear. Un juego de palabras ofensivas enardeció la disputa que no pudieron detener en largo tiempo.
Otra estaba sentada, sólo miraba y se secaba las pocas lágrimas que no pudo tragarse. Porque ella anhelaba tragarse todas sus lágrimas, quizá porque se ha cansado de llorar.
Lloró él que nunca había llorado; no lloró ella que siempre lloraba. Quien nunca había sido golpeada, lo fue. Él que no hubiese querido ofender, hirió. Todos hicieron cosas impensables. Él, poseedor de un carácter noble, hizo su debut: lloró, lloró amargamente y pegó, pegó dulcemente.
La furia perduró. El ambiente era hostil. No había tiempo, sin embargo, espacio sí. Se trataba de un espacio desconocido, un lugar donde los peores resentimientos tomaban forma en cada acción y en cada palabra.
En la oscuridad se encontró la paz por un momento ¡sólo por unos miserables momentos! Pero igual en la oscuridad, él, con todo y su nobleza, decidió dejar de ser quien era para el otro. Había soñado cosas horribles que al despertar le han causado un ritmo cardiaco acelerado.
El día transcurrió en un clima de rostros cansados. Él no puede verlo a la cara. La niña ríe; es tan fuerte que tiene ganas de reír o es su inocencia pura e inmensa que la consuela.
Me acompaña la luz verde en la oscuridad acompañada de un bolígrafo accionando sobre un cuaderno rayado. Dos lágrimas han sido secadas con la esperanza de ocultar el pasado, pero ¡lástima! eso es imposible, el pasado perdura en el presente y tiene repercusión en el futuro inmediato.
Todos duermen. En sus sueños se manifiestan los temores y todo tipo de sentimiento reprimido de la oscura mente. Es hora de cerrar los ojos, es tiempo de apagar la luz, es tiempo de emprender un nuevo viaje por los rincones de la caja negra.
Quien nunca debió pegar, pegó; quien quería evitar llorar, lloró; la locura me abrazó; el miedo la adormeció; las lágrimas la ahogaron por completo. La confusión reinó. La luz verde tiene que conducirnos al perdón.

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